Nuestros orígenes

“No es lo que nos falta, sino lo que negamos, lo que nos separa del otro.” Irene Goikolea

irene goikolea en amalurra


Amalurra, Madre Tierra, es el nombre en euskera de un proyecto basado en la convivencia y unidad. La semilla de Amalurra se gestó en los años 90, en el seno de los primeros círculos de mujeres que convocó Irene Goikolea en Bilbao, con el propósito de “despertar a la capacidad sintiente del aspecto femenino sagrado, enterrado bajo la ética del patriarcado”.

En este sentido, la comunidad Amalurra nace como camino o plataforma para favorecer el encuentro con uno mismo a través del otro, recuperando en ese camino nuestro propio empoderamiento, es decir, nuestra identidad individual y colectiva como parte de algo más grande: comunidad, pueblo, cultura, mundo.

Volver a la tierra y recuperar el sentimiento de comunidad, de grupo, de pueblo, surgió como un proceso natural y con la misma proporción de ilusión que de vértigo, decidimos comprar un terreno en el campo para construir un sueño, una locura, un experimento…

Y así, podemos definir a Amalurra como algo más que un lugar físico. Amalurra es una filosofía de vida basada en la necesidad de crecer junto al otro/a; una comunidad intencional, formada por un grupo de personas con aspiraciones colectivas, comprometidas con nosotras mismas y con nuestro entorno familiar, social, cultural y natural.

Irene Goikolea, fundadora y coordinadora de Amalurra (1993-2017)

Irene Goikolea, fundadora de Amalurra

Amalurra en palabras de Irene Goikolea:

”El impulso que me animó a fundar una comunidad surgió desde más allá de mi voluntad. En realidad, fue el resultado de escuchar al alma de mi pueblo y de desear salvar la distancia que nos separa a los unos de los otros. En un momento, un puñado de personas sentimos el anhelo de crear algo juntos: un espacio en el que proyectar nuestras imágenes más profundas, un espacio para la convivencia y para el desarrollo de valores que forman parte del alma colectiva del pueblo vasco, como la hermandad, la solidaridad, la hospitalidad… Un espacio en el que mirarnos en el espejo del otro y poder recoger el reflejo. Un espacio, en definitiva, en el que recuperar la dignidad de ser quienes somos, completamente.

Así nació la primera comunidad en mi propia tierra, Euskal Herria. Después, la segunda en Granada, Andalucía y, la más reciente, en Catalunya.

Junto con todas las personas que han caminado conmigo en el proyecto de crecimiento y desarrollo personal que llamé “Amalurra”, Madre Tierra, he podido experimentar que una de las tendencias grupales que se ha venido manifestando a lo largo de los años, es permanecer “fieles” a la dinámica del pueblo de origen. Sin embargo, se trata de una fidelidad desvirtuada debido a las experiencias traumáticas que quedaron enquistadas en la psique o alma colectiva de ese pueblo, es decir, debido a los complejos culturales de cada pueblo, que aunque nada tienen que ver con su identidad cultural ni con su carácter nacional,  se tienden a confundir con facilidad.

Al trabajar con estos complejos, he constatado que cuando un colectivo ha permanecido oprimido durante un largo periodo de tiempo, ya sea política, social o económicamente, tiende a construir su nueva identidad basándose en tradiciones que llevaban mucho tiempo enterradas en su psique y que esta búsqueda de una nueva identidad, suele confundirse con potentes complejos culturales que yacen en el inconsciente colectivo, esperando a ser despertados por un nuevo trauma.

Nuestros vínculos de pertenencia a una familia y a un pueblo sellan la naturaleza comunitaria de nuestra existencia en esta tierra. Sin pretender extrapolar nuestra experiencia, ni establecer generalidades más allá de lo que han sido nuestras vivencias de toma de conciencia en este sentido, quiero compartir lo que hemos aprendido, viviéndonos como grupos humanos que hemos reflejado de alguna manera a nuestros pueblos de origen.

La vida en comunidad nos da grandes oportunidades porque es una vida compartida. Es una mirada amplia que abarca más que a nosotros mismos. Es una oportunidad para que pueda darse la apertura necesaria a lo que habita oculto en nuestro interior. Y es enriquecedora por lo mucho que podemos dar y recibir. Yo he acompañado en este caminar a todo el que ha creído en él y se ha comprometido con ello, porque entiendo la vida en comunidad como algo natural. En este proceso, todo lo que nos hemos alejado de ese estado es el camino de vuelta que nos queda por recorrer.

Tengo la esperanza de que, en un tiempo no muy lejano, el estilo de vida en comunidad, tan nuevo como ancestral, se expanda, germine, florezca y se multiplique.”

«El impulso que me animó a fundar una comunidad surgió desde más allá de mi voluntad.» Irene Goikolea