Proyecto de vida en comunidad, Amalurra

La semilla de Amalurra se gestó en los años 90, en el seno de los primeros círculos de mujeres que convocó Irene Goikolea en Bilbao, con el propósito de “despertar a lo femenino profundo o al cuerpo sintiente para la reconexión con todo aquello que nos conforma interior y exteriormente así como con aquello que nos contiene, la Tierra” y de su mano nació la comunidad de Amalurra en el País Vasco (Artzentales, Bizkaia). Un proyecto basado en la convivencia y unidad, un sueño, una locura, un experimento que culminó su andadura como proyecto comunitario a inicios del año 2020.

Volver a la tierra y recuperar el sentimiento de comunidad, de grupo, de pueblo, surgió como un proceso natural y con la misma proporción de ilusión que de vértigo, decidimos comprar un terreno en el campo.

Ubicado en plena naturaleza, se puso especial atención en la en repoblar un terreno de 10 hectáreas con más de 5.000 árboles autóctonos. Al mismo tiempo, se reformaron los antiguos edificios en ruinas y se fueron canalizando las aguas para drenarlas y levantar zonas ajardinadas, huertas y bosques nuevos.

En este sentido, el objetivo fue recuperar el equilibrio del medio natural. Para lograrlo, se regeneró la tierra respetando su naturaleza genuina, cuidando y manteniendo las especies autóctonas. Todo ello fue el reflejo y la materialización de los procesos de transformación de conciencia personal y colectiva.

Así, se creó un espacio para el encuentro con uno mismo a través del otro, con la intención de recuperar el propio empoderamiento, entendido como la identidad individual y colectiva incluida en algo más grande como la comunidad, el pueblo, la cultura, la Tierra.

A partir del inicio del 2020, y tras un proceso de redefinición, la comunidad Amalurra fue dejando su actividad comunitaria en los términos en los que había sido creada. A día de hoy los residentes conviven, comparten y cuidan de los espacios.

El complejo hostelero, Amalurra Ecohotel & Retreat Center sigue en activo mientras se diseña su nuevo itinerario.

La Comunidad Amalurra en palabras de su fundadora, Irene Goikolea

”El impulso que me animó a fundar una comunidad surgió más allá de mi voluntad. En realidad, fue el resultado de escuchar al alma de mi pueblo y de desear salvar la distancia que nos separa a los unos de los otros. En un momento, un puñado de personas sentimos el anhelo de crear algo juntos: un espacio en el que proyectar nuestras imágenes más profundas, un espacio para la convivencia y para el desarrollo de valores que forman parte del alma colectiva del pueblo vasco, como la hermandad, la solidaridad, la hospitalidad… Un espacio en el que mirarnos en el espejo del otro y poder recoger el reflejo. Un espacio, en definitiva, en el que recuperar la dignidad de ser quienes somos, completamente.

Así nació la primera comunidad en mi propia tierra, Euskal Herria. Después, la segunda en Granada, Andalucía y la última en Catalunya.

Junto con todas las personas que caminaron conmigo en el proyecto de vida en comunidad, he podido experimentar que una de las tendencias grupales que se manifestó a lo largo de los años, es permanecer “fieles” a la dinámica del pueblo de origen. Sin embargo, esta es una fidelidad desvirtuada por las experiencias traumáticas que quedaron enquistadas en la psique o alma colectiva de ese pueblo, es decir, debido a los complejos culturales de cada pueblo que, aunque nada tienen que ver con su identidad cultural ni con su carácter nacional, se tienden a confundir con facilidad.

Al trabajar con estos complejos, he constatado que cuando un colectivo ha permanecido oprimido durante un largo periodo de tiempo, ya sea política, social o económicamente, tiende a construir su nueva identidad basándose en tradiciones que llevaban mucho tiempo enterradas en su psique. Además, he observado que la búsqueda de una nueva identidad, suele confundirse con potentes complejos culturales que yacen en el inconsciente colectivo, esperando a ser despertados por un nuevo trauma.

Nuestros vínculos de pertenencia a una familia y a un pueblo sellan la naturaleza comunitaria de nuestra existencia en esta tierra. Sin pretender extrapolar nuestra experiencia, ni establecer generalidades más allá de lo que han sido nuestras vivencias de toma de conciencia en este sentido, quiero compartir lo que hemos aprendido, viviéndonos como grupos humanos que hemos reflejado de alguna manera a nuestros pueblos de origen.

La vida en comunidad nos ha dado grandes oportunidades porque ha sido una vida compartida; una mirada amplia que abarca más que a nosotros mismos.

Esta oportunidad nos ha ayudado a abrirnos a los contenidos que yacen ocultos en nuestro interior. También ha sido muy enriquecedora por lo mucho que hemos podido dar y recibir. Yo he acompañado en este caminar a todo el que ha creído en él y se ha comprometido con ello, porque entiendo la vida en comunidad como algo natural.

En este camino, al igual que lo hacen los niños, hemos podido experimentar de qué se trata pertenecer a algo más grande y sentirnos unidos. Pero también, como ocurre con los adolescentes, nos hemos distanciado de esa unidad. A raíz de esta vivencia, hemos aprendido que todo lo que nos hemos alejado de ese estado de unidad es el camino de vuelta que nos queda por recorrer pero como adultos, lo cual implica tomar responsabilidad de lo que hemos transitado y equilibrarlo para así,  poder acceder a lo nuevo.

En definitiva, este alejamiento promovido por condicionamientos humanos, sistémicos o transgeneracionales, nos ha dado la oportunidad de tomar conciencia de aquellos aspectos que nos desafían continuamente a la hora de manifestar valores como la unidad, la solidaridad, el sentido de pertenencia, el bienestar o la alegría.

Por eso, tengo la esperanza de que, en un tiempo no muy lejano, valores comunitarios como la unidad, tan nuevos como ancestrales, se expandirán, germinarán, florecerán y se multiplicarán. Actualmente, el lugar que acogió el proyecto de comunidad, emana la vibración de la intención que allí ha germinado y esta experiencia ha quedado grabada en nuestro corazón para las generaciones futuras”.

«A medida que nos vinculamos a la naturaleza, recuperamos nuestra verdadera identidad» Irene Goikolea